viernes, 26 de octubre de 2012

Al fin, paz.


Se sentó en el mismo sillón de siempre, encendió el cigarro como de costumbre y le dio una larga calada.   
¡Basura! Quiero escuchar un poco de blues, mi alma lo necesita...gritaba mientras cambiaba la emisora una y otra vez.
—Vamos, abuela, no le grites a la pobre radio, ella no tiene la culpa de que hoy no estés de humor—dijo su sobrina tratando de calmarla.
—Estúpida niña, la culpa es de este aparato que ya no da para más... ¡debería aprender de mí, que con 89 años aún soy una diosa! —respondió la extrambótica ancianda a la vez que se giraba para mirar a su nieta —. ¿No crees que vas demasiado maquillada a esa fiesta? ¡Querida, pareces un payaso recién salido de un burdél!
 —No, así es como van las chicas de mi edad, yo creo que me veo bastante seductora. ¡No seas tan exagerada! —exclamó Annie entre risas.
"Estas niñas y sus extrañas formas de cazar macho, yo a mi edad encantaba con solo pisar la entrada del bar de mi padre, no me salvaban ni los grandes pechos, ni el culo gigante... mi elegancia me hacía brillar. ¡Vaya diva estaba echa en aquél entonces!". Tras este pensamiento siguió fumándose su cigarro como si no hubiese mañana, se sirvió una copa de whisky y se lo acabó de un trago. Los años habían pasado pero su pasión por ponerse borracha perdida cuando se sentía sola seguía intacta. Entonces miró la foto de su difunto marido, la miró con gran nostalgia e ilusión. Cualquiera diría que estaba igual de enamorada que la primera vez que lo vio, parecía una niña de instituto, enamorada de un galán mayor. Tomó la foto en sus manos, la acarició con delicadeza y una lágrima cayó de sus ya arrugados ojos. 
—Maldito viejo loco, ¿estás loco lo sabías? Pero loco por mí, sólo por mí, de eso no cabe duda... cómo te haces extrañar mi marinero de ensueño... —susurró entre sollozos.
Dio una última calada, se arregló el maquillaje y el vestido y volvió a colocar la fotografía en el estante. La radio seguía sin responder a sus órdenes y decidió leer el periódico; "Sociedad del demonio... cada día más imbéciles" pensaba cada vez que pasaba las páginas entre sus débiles dedos. Su nieta siempre insistía en que fuese al médico, pero ella era demasiado necia y rebelde, se negaba y lanzaba un buen insulto al destino. A ella la muerte ya no le asustaba, es más, la esperaba día tras día como si fuese una antigua amiga del colegio. A principio de los 70 decía que ella era invencible y que ni la muerte ni los cambios de época acabarían con ella, que su alma siempre se mantendría viva.  La vida la hizo fuerte, era una mujer fría y a la vez cariñosa que no podía evitar decir lo que pensaba en todo momento y de cualquier forma.
Miró a través de la ventana, su jardin cada día estaba más bonito y no era para menos, lo cuidaba como si fuese uno de sus nietos, era una de las pocas cosas que le quedaban de su marinero y lloviese o tronase, no lo descuidaba. Se sirvió otra copa, la bebió con pasión y se recostó en su sillón. Cayó en un sueño profundo, quizá demasiado profundo. Era la primera vez en mucho tiempo que se sentía tan en paz, como si nada existiese, ni siquiera ella misma. Se olvidó de todo, las horas pasaron velozmente y sin darse cuenta su tan esperada amiga le hizo una visita eterna.



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